Aunque, ella, la más maldita entre los Ocho, la protegida del Escritor, que tiene prohibido protegerla, se escapa de aquí como si buscase otro hogar en un nuevo horizonte, en crepúsculos sangrientos que no sabrán acogerla entre sus aguas. Pero tiene esperanza en su expiación, por las guerras que se cometieron en su nombre, por las que se cometerán, por todos los que murieron para huir de la destrucción que porta sobre su pecho. Caerán las rosas de la sangre para sembrarle un camino de espinas hacia las Puertas, mi último intento de retenerla a mi lado. Pero la sé fuerte, lo suficiente como para pisarlas con ímpetu y transformarlas en dolorosas llagas que nunca cicatrizarán del todo.
La veo abandonar el páramo donde vivimos, subiendo por el camino de estrellas, bañado su incorpóreo cuerpo desnudo por el fuego de la luna. Y veo el páramo convertirse en yermo oscuro, profundo, que comienza a sepultar a todos los que vivieron aquí, apagarse toda luz, antes cegadora, mientras ella deja su sombra a nuestro lado. Me resisto a ver como se pierde al cruzar el recodo de la luna, y corro tras ella. Cuando alcanzo yo la unión de las montañas, la veo allí de pie, majestuosa e inquebrantable, mirando sin ver las infinitas Puertas, el lugar por el cual abandonará el Abismo. Se ha parado ante las Puertas de la Medianoche, las que le corresponden por ser quien es. El anhelo de su debilidad invade mi alma con nuevas luces, pero ella, lo ve y gira su azabache melena de obscuridad para desmentirlas.
Su mirada de tormenta horada mi pecho, siento como mi etéreo corazón se detiene en su inexistencia, y sucumbo a la ausencia augurada. Me consuela saber que lo último que veo es su triste luz plata sobre mi cuello.
Agonizado por el último demente, custodio de los Atávicos Recuerdos y protector del Abismo de la Luz, que morirá cuando el último de los Siete atraviesen las Puertas, tal día como hoy, 12 de mayo de 2009 a las 19:02